miércoles, 26 de enero de 2011

Bodhidharma y el Emperador


Buda no vino a llenar un vacío sino a instalarse en él como morada. El reconocimiento de la vacuidad de todo lo mundano como máxima expresión de la sabiduría puede resultar fácil y asequible, pues todo lo revela. Pero otra cosa es hacer de esa vacuidad un objetivo. De ahí la risa de Nietzsche: el asceta desea la nada ardientemente. Imposible escapar a la hegemonía del deseo. Aún los más avanzados esperan ver transformado ese vacío en otra cosa: iluminación, liberación, nirvana. Un estado de beatitud suprema, que nos libere de la pesada carga de tener que existir a cada instante.
Morar es otra cosa, como rumiar o dar la mano, sin apariencia de saberlo, con un zapato en la cabeza, pasarse nueve años de cara a la pared. La morada es aquello que nos permite un cierto reposo de la exterioridad amenazante, que nos procura el alivio dentro de una secuencia ininterrumpida de ilusiones. En la morada del Buda el cuerpo y el deseo se han fusionado hasta perder toda distancia. La pared se llena sin ficciones, no desaparece. La representación se ha disipado, solo queda el quedar del todo en su propia meditación inapresable. Sin pretender que no hay deseo, sino más bien riendo del deseo, sin aspavientos, como dar la mano con un zapato en la cabeza…Y el mundo sigue allí. Más bien entonces se aparece en toda su luminosidad, nos colma lo que haya, lo que Al-lâh decide. Sin sacralidad alguna, superando la fractura mental entre lo sagrado y lo profano.
Cuando Bodidharma llegó a China tuvo que vérselas con un emperador budista, con constructores de templos, con ancianos que hicieron de la morada una enseñanza. Bodidharma negó todo valor a dichas obras: nada nos procura el erigir un templo, más que orgullo y necedad. Los méritos del sabio pueden ser un estorbo para lograr la presencia, la correlación absoluta y sin proyecciones entre el saber y la morada, entre el ser y el estar, entre la realidad y la conciencia.
La vida de los santos no nos aporta un saber al cual podamos agarrarnos, pues está basada en su relación con el vacío. La nada es percibida por el emperador (que es nuestro ego) como la contrapartida a la inmensidad de su legado. El ego no sabe la nada, sabe la victoria. No sabe que al fin el sentido es algo externo al hombre, y que el deseo se disemina sobre el mundo como una guillotina. Parece absurdo hablar de buenas obras a un corazón vacío, nada humano lo conmueve. El Bodidharma no se reconoce, se sitúa de cara a la pared. El emperador no sabe que esta muerto, en un abismo ilustrado. Abismo de bondad no sabe nada.

¿Por qué habría de saberlo?
Al vacío le sigue la plenitud de la conciencia, una plenitud que no puede ser representada, que no se congratula pues ya no tiene espejo. No da obras ni alcanza un objetivo. La plenitud de la conciencia es un vacío de representaciones. El fin de los simulacros es idéntico al vacío de las ideas. La ausencia de fantasma... ausencia de identidad... La renuncia a los carismas de los místicos musulmanes y cristianos. Toda identidad es una sombra. No lo sé. Hay que seguir, se sigue. Viajó a la China, con un zapato en la cabeza.
Si todo eso es demasiado... por lo menos concedeme esto, ego mío: que las obras no sean tu objetivo. Mero entrenamiento físico.

Leyendas de Bodhidharma 
Al entrar a China, Bodidharma llevaba uno de sus zapatos sobre la cabeza. El emperador había venido a recibirlo. Se sintió incómodo: ¿Qué clase de hombre era éste? Había estado esperando tanto, mientras pensaba: “viene un gran hombre sagrado, un gran santo y sabio.” ¡Y ahora este hombre se porta como un payaso! El emperador se sentía incómodo y molesto. Y, en la primera oportunidad que tuvo, le preguntó a Bodhidharma:
"¿Qué estás haciendo? La gente se ríe, y también se ríe de mí por haber venido a recibirte. Y el modo en que te comportas no es manera de comportarse. ¡Deberías actuar como un santo!"
Bodhidharma le respondió: "Sólo aquellos que no son santos se comportan como tales. Yo soy un santo. Únicamente quienes no son santos se comportan como tales."
El emperador dijo: "No puedo entender por qué llevas un zapato en la cabeza. Pareces un payaso."
Replicó Bodhidharma: "Sí, porque lo que se puede ver es siempre una payasada. Sólo lo invisible…Verte aquí parado como un emperador, ataviado con una vestimenta especial, coronado, es payasesco. Sólo para decirte eso llevaba mi zapato en la cabeza. Todo esto no es más que actuación y payasada. Lo real no está allí en la periferia. Mírame a mí, no mires mi cuerpo. Es muy simbólico que lleve un zapato sobre la cabeza. Yo digo que, en la vida, nada es sagrado ni profano. Hasta un zapato es tan sagrado como tu cabeza. Llevo este zapato como un símbolo."
Se dice que el emperador se impresionó, pero dijo: "¡Eres demasiado! Sólo quería preguntarte una cosa: ¿Cómo poner en calma mi mente? ¡Estoy tan impaciente, perturbado e intranquilo!"
Dijo Bodhidharma: "Ven aquí a las cuatro de la mañana y trae contigo tu mente. Yo te la calmaré."
El emperador no lo podía seguir. Comenzó a pensar: “¿Qué quiere decir este hombre con esto de que lleve conmigo mi mente?” Cuando estaba bajando los escalones del templo en el que estaba Bodhidharma, éste le repitió: Recuerda, no vengas solo. Si no, ¿a quién voy a calmar? Trae la mente contigo. Ven a las cuatro en punto, y solo: sin guardias ni compañía."
El emperador no pudo dormir en toda la noche. Pensaba: “este hombre parece un poco loco. Cuando esté allí, evidentemente, mi mente estará conmigo. Entonces, ¿qué es esa insistencia de que lleve conmigo la mente?” Por momentos, pensaba: “Es mejor no ir, por que ¿Quién sabe? Este hombre, a solas, puede empezar a pegarme o algo. No puedes creer…Y este hombre es imprevisible”.
Pero finalmente decidió ir, por que el hombre ejercía un verdadero magnetismo. Tenía algo en la mirada, un fuego que no pertenece a esta tierra. Tenía algo en su aliento, un silencio que viene de más allá. Entonces, el emperador vino como hipnotizado, y lo primero que Bodhidharma le preguntó fue:
"Bien, viniste. ¿Dónde está tu mente?" Mientras estaba allí sentado con un gran bastón.
El emperador dijo: "Pero si yo vine, mi mente vino conmigo. Está dentro de mí, no es como un objeto que puedo transportar."
Entonces replicó Bodhidharma: "Bien, crees que la mente está en tu interior. Entonces siéntate, cierra los ojos y trata de averiguar dónde está. Sólo indícamelo y te la acomodaré. Con este bastón que tengo aquí, haré que tu mente se quede callada. No te preocupes."
El emperador cerró los ojos y trató de buscar, Bodhidharma se sentó justo frente a él. Lo intentó, y volvió a intentarlo y su rostro permanecía totalmente quieto.
Entonces abrió los ojos y Bodhidharma, sentado allí, le preguntó: "¿Pudiste encontrarla?"
El emperador sonrió y dijo: "La has acomodado porque, cuanto más trato de encontrarla, más siento que no está allí. Era solo una sombra, que estaba allí porque yo nunca había incursionado por dentro. Era solo mi ausencia. Me hice presente en el interior y desapareció."

[Otro encuentro, otra leyenda]
El emperador hizo venir a Bodidharma a su corte y le dijo: “Desde que soy emperador he construido muchos templos, he copiado sutras, he ayudado a un numero incalculable de monjes. Sin duda tendré muchos meritos en el futuro. ¿Cuales puedo esperar?"
- "Ningún merito", respondió Bodhidharma
- "¿Por qué?" Replico el emperador.
- "Los meritos de sus servicios son ínfimos en este mundo y serán fuente de ilusiones y de deseos. Es como perseguir una sombra."
- "Entonces, ¿qué es un verdadero, un auténtico mérito?" Preguntó el emperador.
- "La pura sabiduría es maravillosa y perfecta en su realización. Su substancia es vacuidad, apacible en si. Por eso estos méritos no pueden obtenerse con los medios de este mundo."
- "¿Cuál es la santa verdad?" Volvió a preguntar el emperador.
- "Por encima de la santidad, un vacío insondable y nada sagrado. Un cielo inmaculado en el que no se distingue la verdad ni la ilusion” contestó Bodhidharma.
El emperador quedó impresionado y le miró diciendo:
- “Quien es el que está ante mi?"
- "No sé” contestó el.
El emperador no entendió el mensaje de Bodhidharma, y finalmente lo hechó. Bodidharma se fue a la otra orilla del río Yan-tse y, después de algunas peripecias se retiró al templo Shao-lín. Allí practicó zazen de cara a la pared durante nueve años. Esto desorientaba a todos los que le veían y se le llamó “el monje contemplador de la pared”.
Los monjes habían practicado prolongados retiros de meditación que los había hecho espiritualmente fuertes pero físicamente débiles. Bodidharma observó que su método de meditación causaba sueño entre los monjes. Bodidharma informó a los monjes que enseñaría a sus cuerpos y mentes el dharma del Buda en un programa de dos partes: meditación y entrenamiento físico.

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